La viga maestra. Conversaciones con poetas chilenos 1973-1989, Ediciones UDP, 2019.

POR José Tomás Labarthe y Cristián Rau
Artículos

Rosabetty Muñoz: Hija ilustre de Ancud

Al invitar a Rosabetty Muñoz (1960) a participar de este libro respondió, con algo de sorna, “espero que no me estén invitando solo por ser mujer”. La sospecha no es gratuita. Thomas Harris afirma que en el canon de la poesía chilena de los 70´ y 80´ hubo tres temáticas –y sus respectivos exponentes– que quedaron estratégicamente relegados: las mujeres, las provincias y la literatura étnica. Carmen Berenguer robustece esta crítica afirmando que estos tópicos –a los que agrega la homosexualidad y la gente de color– no lograron, siquiera, entrar en la modernidad del país. Rosabetty (nombre que se escribe separado solo para trámites legales) acepta y comparte, ya con menos ironía, la teoría de la borrazón y el desplazamiento, y en ella se agrega un cuarto motivo marginado: el catolicismo.

“Acallo la loba que contengo”, ha dicho sobre sí misma, en lo que parece una declaración de principios sobre su sistema de valor, pero articulando también un potente discurso poético, que es a la vez crítico y desgarrador. La figura de la loba, tanto como la de la prostitución, en el celebrado Sombras en El Rosellot (2002), o la invasión de los roedores en Ratada (2005), entra en su obra en conflicto permanente con el imaginario del sueño colectivo, reflejado en la figura del rebaño. Coleccionista de ovejas de porcelana, el escritor magallánico Óscar Barrientos la definió como “hardcore pero tierna”.

Durante años fue profesora en la misma escuela rural en Ancud en la que había estudiado su madre, luego ella y finalmente sus hijos. Cuando se le pregunta por esta trenza, replica otra vez llena de risas que es, y a mucha honra, Hija Ilustre de la ciudad. Se muestra absolutamente consciente del riesgo que habita en la poesía provinciana –ese lastre heredado del larismo flojo– de convertir a los territorios alejados del centro en postales bucólicas o en souvenires de ferias coreográficamente armadas para turistas inocentes. Su escritura está irremediablemente anclada a la isla grande de Chiloé y a la Suralidad –al decir académico–, por lo que la geografía circundante, las mitologías y las voces de sus vecinos son parte central en uno de los objetivos de su trabajo que es dar cuenta del olvido y del dolor heredados de la Dictadura y el posterior abandono de parte del progreso, usando una violencia estética que desarma al lector y hace olvidar rápidamente la presunta tranquilidad sureña: “¿Cómo quieres que ande feliz/ riéndome en las plazas/ no ves que la lluvia y los tiempos/ rompieron algo aquí dentro?”, se pregunta en su primer libro Canto de una oveja del rebaño (1981).

El año 1997 varios poetas fueron invitados a Chaitén por Rosabetty. Todo avanzaba con calma hasta que percibieron la figura de la incombustible y talentosa Stella Díaz Varín con los codos apoyados en la barra. Conocidos eran los arranques de furia de La Colorina, y ese mitín literario no fue la excepción, cuando la poeta descargó sus nudillos contra un funcionario que venía a declamar uno de los tantos discursos oficiales a nombre de la municipalidad. Según Pepe Cuevas, esa noche Díaz Varín terminó llorando en brazos de Rosabetty, “como una niña gigante en manos de una madre pequeñita, pero dulce, cariñosa, que la acariciaba y le decía ´…ya Stella, tranquila, descansa, llora, no estás sola…´”, en un gesto cómplice que por ese entonces servía de consuelo pero que con la inclusión de todas las reivindicaciones, llegó a convertirse en toda una institución.

Siempre has vivido en el sur: Ancud, Valdivia, Chaitén. ¿Qué significa para ti “decir el Sur”?

No vivo en el sur de Chile por accidente de nacimiento solamente. Se trata de una decisión consciente para cuidar mi vida que es el material de mi poesía. Hablo desde un lugar específico, situada en un espacio que me permite hacer literatura como también ejercer la pedagogía; ambas labores pensando en contribuir al desarrollo de la cultura nuestra. Pienso que Chiloé es un lugar de privilegio para la escritura principalmente por la complejidad de su situación en el imaginario continental. Hay un cierto discurso que lo ha dibujado como espacio utópico y se ha difundido esa imagen con tanta fortuna que ha terminado por convencer a los propios isleños de un supuesto paraíso donde la naturaleza ha sido propicia para que el ser humano sea mejor. El poeta Sergio Mansilla dice que estamos heridos por la pérdida de un paraíso supuesto, haciendo referencia a que de algún modo idealizamos la vida y cultura del Chiloé premoderno.

¿Y es así?

Creo que acierta en identificar el espacio de origen de un ordenamiento de mundo deseable, pero no creo que yo haya idealizado ese tiempo. El esfuerzo de mi escritura es dar alguna coherencia a la vivencia de una infancia plena de misterios, pero fuertemente marcada por el afecto y los valores comunitarios junto al despertar adolescente en plena dictadura militar. El dolor, la angustia incluso, provienen de esa pérdida fundamental: la experiencia de pertenecer a un espacio más humano, más cerca de la justicia.

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Leer poema A Rimbaud, de Rosabetty Muñoz, aquí

La viga maestra. Conversaciones con poetas chilenos 1973-1989, Ediciones UDP, 2019.