El estilo de los otros, Mauro Libertella, Ediciones UDP, 2015.

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El estilo de los otros

Mauro Libertella entrevistó, sin nunca aplicar la misma fórmula, trabajando variaciones en función de cada interlocutor, a dieciocho de los más importantes escritores latinoamericanos contemporáneos. “Como un asesino a sueldo que estudia los movimientos de su víctima, me metí en su mundo conceptual durante meses”. Aquí recuperamos la entrevista a la ensayista y narradora argentina Sylvia Molloy.

Sylvia Molloy (Buenos Aires, Argentina, 1938)
Empezó escribiendo ensayos y crítica literaria. se fue muy joven de la Argentina para vivir durante algunos años en París y se instaló definitivamente en Nueva York a fines de los años sesenta. dirigió la maestría de escritura creativa en español de la Universidad de Nueva York.
– Las letras de Borges (ensayo, 1979)
– En breve cárcel (novela, 1981)
– El común olvido (novela, 2002)
– Varia imaginación (relatos, 2003)
– Desarticulaciones (novela, 2010)
– Poses de fin de siglo (ensayo, 2012)

Estas son algunas de las cosas que se dicen de Sylvia Molloy en las contratapas de sus libros: “La historia se construye tan de cerca que nos da la sensación de estar espiando una historia prohibida, y el efecto de realidad es tan nítido que leemos En breve cárcel como si fuera una autobiografía”; “El común olvido es un viaje sentimental por la memoria desperdigada. El retorno a un país sin epitafios. La búsqueda de una realidad que sólo se forma en la memoria”; “Pasajes de un pasado y un presente compartidos que se transforman en ficción frente a un olvido que no puede contradecirnos”. Estas tres citas corresponden a tres obras de ficción, publicadas con una cierta distancia una de la otra, pero una coherencia las vuelve capítulos consecutivos de una misma obsesión, como si Molloy quisiera encontrarle todas las variantes a su mundo privado: el de la memoria, el de la lengua materna, el de la autobiografía y el de la vida en otro país. Esos son los vértices de su mapamundi, y no necesitó demasiadas páginas para decir lo suyo: en cuatro o cinco libros está todo su universo, que vulnera las fronteras entre ficción y ensayo y que parece siempre, en algún momento, llegar hasta el fondo de eso que llamamos intimidad.

“El recuerdo sin dudas retoca y reconstruye ciertos momentos del pasado”, dijo alguna vez, y esa es como la carta franca, el pasaporte que encontró para sentarse a escribir, su pozo sin fondo. Porque si el pasado no es algo estable y consensuado, si nuestra memoria lo rearma y lo manipula como quiere, entonces podemos volver sobre la misma escena una, dos, mil veces, y siempre saldrá otra cosa, como en las sesiones de psicoanálisis. Es cierto que el mundo ofrece día a día espectáculos más increíbles que la ficción, pero la memoria de Sylvia Molloy redobla la apuesta: lo que sucedió en el mundo, en la vida, luego será recordado, y en la posibilidad de esa nueva versión está el poder del hecho literario.

Vos te fuiste a París a los 20 años ¿Cómo era tu vida en ese momento? Yo había empezado Ciencias Exactas, e hice casi un año de esa carrera. No me gustaba. En realidad, me gustaba la parte matemática, pero me sacaba de quicio la falta de exactitud de la ciencia: los cálculos, las medidas exactas de los componentes nunca daban, y eso me impacientaba. Paralelamente, yo estaba estudiando literatura francesa en el instituto francés y ya estaba muy tomada por eso. tuve la suerte de que un jefe de trabajos prácticos, al que le debo mi vida, me dijera: “Usted no está contenta acá Molloy, le va muy bien pero no está contenta, por qué no se va”. Además, me dice, “usted siempre está leyendo algo. ¿Qué está leyendo ahora?”. “Rojo y negro de stendhal”, le digo. Pensé entonces “A este tipo le debió haber pasado algo parecido y no se fue”, y pensé que me estaba queriendo decir algo. Entonces me fui, y en mi casa no sucedió el desastre que pensé que iba a suceder. Me entendieron.

¿Era fácil acceder a una beca?

Eran unas becas que daba el gobierno francés, con examen. En esa época para mí la literatura pasaba por Francia, así que eso hacía las cosas más accesibles.

¿Fue un viaje en barco?

Sí, como el de sarmiento. te vas preparando para la llegada. Cuando llegué a París, todo me pareció mucho más chico de lo que yo me imaginaba. Me lo imaginaba todo mucho más monumental. No te puedo decir que me haya sentido cómoda al principio, porque había sido un desajuste; tuve que aprender a traducir a la realidad el París que me había imaginado.

¿Qué es lo más difícil de la adaptación, una primera soledad?

Exacto. Eso fue muy difícil, me encontré muy sola y, como me ha sucedido muchas veces en mi vida, como sapo de otro pozo. Yo quería ser estudiante francesa, no quería hacer cursos para extranjeros. Quería hacer una licenciatura, como todos los franceses. Y la licenciatura era bastante más exigente y había pocos extranjeros. Además tenía que aprender a tratar con lo francés, una civilidad diferente. Fue duro al principio.

¿Cuánto se tarda más o menos en decodificar los signos sociales, las reglas de la ciudad?

Se tarda bastante. En algún momento tuve la suerte de hacerme varios amigos franceses, y a través de ellos aprendí a estar cómoda en París. Pero siempre hay algo que no entendés o que no sabés. Me acuerdo de un momento en que estaba buscando vivienda, y miraba un servicio para estudiantes con viviendas. Con cierta regularidad, decía FMs. Yo no sabía qué significaba, hasta que pregunté y me dijeron, con mucha naturalidad, que quería decir “Francia Metropolitana solamente”. Estábamos en plena guerra de Argelia, y no querían extranjeros.

Cuando vos decías que eras argentina, ¿sabían de qué se trataba?

No, Argentina todavía en esa época era parte de América Latina y por ende un país exótico. si bien no te hablaban de palmeras, estaba esa idea. Y yo creo que todavía está, hasta cierto punto. toda la recepción del realismo delirante ha sido parte de esa visión exotizante de la literatura del continente.

¿Borges ya era conocido?

Sí, porque roger Caillois había trabajado enormemente para difundir a Borges, después de haber pasado tiempo en la Argentina. Así que Borges era un punto de referencia. Pero era la excepción, digamos.

¿Vos ya lo leías antes de irte?

Un poco. Pero me pasó algo raro, que es que empecé a trabajar literatura latinoamericana y argentina cuando empecé a hacer la tesis. Yo sabía con quién quería trabajar, porque en literatura comparada había dos capos, y uno era un tipo muy convencional y súper católico. sabía que con él no. Quería trabajar con el otro, que era un tipo muy provocador y muy brusco. Hablé con él y le dije que había pensado distintos temas y me preguntó por qué no trabajaba sobre la difusión de la literatura latinoamericana en Francia. Le dije que yo no conocía la literatura latinoamericana y él me dijo que para hacer la tesis la iba a aprender. Así que me metió en eso, y efectivamente me interesó y empecé a leer cosas que efectivamente no había leído. Esa visión exotizante de la literatura latinoamericana se me hizo bien patente. Las primeras traducciones de los años treinta son Don segundo sombra y toda esa literatura nativista.

¿En general un autor latinoamericano accede al sistema literario francés a partir de un padrinazgo, como el caso de Borges con Caillois?

Sí, el padrinazgo fue muy importante. En el caso de ricardo Güiraldes, el que dio el empujón fue Valery Larbaud. supervielle es un caso distinto porque escribe en francés, pero tuvo el apoyo de Henri Michaux. En el caso de Borges, sin duda.
Las ciudades como París cambiaron mucho durante el siglo xx y ahora son, más bien, ciudades casi para millonarios.

¿Has visto un poco ese cambio?

A mí me resulta muy raro volver a París. Vuelvo con cierta frecuencia, pero la globalización ha tocado a París también. Es un cliché decir que las cosas no son como han sido antes, ¡pero no lo son! Y te diré que me pasa también con Nueva York, que ha cambiado mucho en los últimos años. A lo mejor es una cuestión de la edad, por la que la ciudad ya no te motiva como antes.

¿Qué es lo que cambió de Nueva York?

Está un poco venida a menos. Hay lugares donde todavía hay cierto glamour, pero en general eso se ha perdido. No sé si tiene que ver con el 11 de septiembre, si ese día se perdió un tipo de Nueva York. Parece haber menos desparpajo, la gente está más metida en algo un poco más pesado.

¿Llegaste ahí en el 68?

Llegué en el 67, pero no a Nueva York. Yo había aceptado un puesto en una universidad que estaba en Buffalo, al extremo norte, en el límite con Canadá, donde hace un frío que te morís. Yo no sabía dónde estaba y ni siquiera se me ocurrió mirar un mapa, porque pensé que Buffalo y Nueva York era como decir san isidro y Buenos Aires. Era muy cerca de toronto e ir a toronto era como ir a París. Era una ciudad muy hosca pero al mismo tiempo culturalmente estimulante, al menos en un plano académico. tenía mucho dinero, entonces hacían invitaciones: por el departamento de literatura comparada pasó Foucault, derrida, Borges. Pasó mucha gente por esa universidad, que además era una universidad políticamente muy activa contra la guerra de Vietnam. La ciudad había sido un centro de jazz importante, y todavía había lugares por donde pasaba Miles davis. Pasaban algunas cosas, pero era también una de esas viejas ciudades norteamericanas en decadencia, donde sentís que porque se ha acabado la industria o porque ya no pasa el tren se han caído del mapa. A distancia, me parece que era un lugar más interesante de lo que yo creía en ese momento. Estuve dos años ahí. Pasé luego por otros lugares: Princeton, Yale, hasta que por fin llegué a Nueva York.

¿Tenías claro que Nueva York era el lugar donde querías ir?

Sí. A veces pienso que hay pocos lugares donde viviría en Estados Unidos; viviría en Chicago y en san Francisco y a veces fantaseo cómo habría sido mi vida de haber ido a la costa oeste. Pero es cierto que en los años setenta Nueva York era divino, era increíble. Había una cultura muy fuerte, muy vibrante y muy diversa. Era muy impresionante. de la factoría de Andy Warhol a los bares, era todo muy lindo. Me movía en el Village y me movía en Chelsea: para mí eso es Nueva York.

¿Y hoy, después de tantos años viviendo ahí, sentís que ya tenés automatizada la percepción respecto de la arquitectura y la imagen de la ciudad?

No, cada vez que vuelvo de Long island a Nueva York siempre miro el skyline y digo wow, y siempre noto la ausencia de las torres Gemelas. Una vez escribí una cosita que nunca publiqué. Me acuerdo de hace un par de años, una vez que volví de Buenos Aires. El avión llega muy temprano de madrugada, a las seis de la mañana. Me tomé un taxi para la ciudad, y como iba a ir directamente a Long island me fui a un café. desde el café miraba el perfil: se veía la punta del rockefeller center, la punta de la Chrysler Building, un perfil increíble, esa mezcla de edificios magnífica. Y traté de reconstruir cómo habrá sido cuando yo llegué, cómo habré visto yo esto.

Lo increíble es que no tenés tanto escrito sobre Nueva York, de hecho casi todas tus ficciones vienen a Buenos Aires

A veces lo siento como una falta eso que decís. El personaje de El común olvido viene a Buenos Aires a hacer una investigación y estudiar, pero vive en Nueva York. Ha dejado a su amigo ahí, pero después me di cuenta de que al tipo no le permito pensar en Nueva York, que es donde vive. No sé por qué sucede eso. Prácticamente no hay referencias, salvo alguna mención a times square.  ¿Por qué estaba tan orientada a Buenos Aires que le negué algo al personaje?

Bueno, algo que tenés escrito sobre Nueva York es el último capítulo de Varia imaginación, que es sobre el 11 de septiembre. Es muy lindo ese textito, porque es una cruza del clima y la temperatura de Buenos Aires con la de allá. Y me dio ganas de preguntarte cómo fue ese día, cómo lo viviste.

Ese día estaba en Manhattan. se suponía que era el primer día del semestre en la universidad. Emily, mi pareja, se había quedado en Long island. suena el teléfono a las ocho de la mañana, hora poco habitual para el teléfono, y me dice que está pasando algo terrible, que están atacando las torres Gemelas. Prendo la televisión y se enciende justo en el momento en que muestran cómo se está cayendo la torre. Fue como si me pegaran una trompada. Fue algo tremendo que inmediatamente traté de normalizar, de tapar. Pensaba que yo tenía que ir a dar clases, y de qué les iba a hablar. Pensé entonces que les iba a contar el final de “tlön, Uqbar, orbis tertius”, el cuento de Borges, donde dice que un grupo de hombres amenazan el mundo y mientras él sigue escribiendo un texto que nunca publicará. todo esto que pensaba era un modo de protegerme y de defenderme, porque evidentemente no iba a haber clase. todo estaba cerrado, no había transporte. de todo eso me di cuenta después; al principio traté de tapar la realidad con la literatura. salí luego a la calle y fue muy impresionante, porque veías venir gente como en The living dead, con la mirada ausente. No había metro, entonces todos volvían a pie a sus casas, caminando por el medio de la avenida. No había tráfico y todo era muy silencioso, o al menos así lo recuerdo. Había algunos locos que se rayaban y se ponían a gritar, interrumpiendo el silencio. La gente se precipitaba a los supermercados a comprar velas, porque se creía que iba a haber un black out. también compraban comida, preparándose para un largo encierro. Muy raro todo. recuerdo también el olor a plástico, a goma quemada. Yo estaba bastante lejos, pero igualmente el olor, el humo había subido.

¿Cuándo te acercaste a la zona?

Como diez días después, porque estaba cercada la zona y era peligroso respirar ese aire. Pero luego bajé y sí, era increíble. Era incomprensible, literalmente. donde habían estado esos dos monumentos (contra los que todo el mundo rabiaba, por otro lado, porque decían que eran feísimos) había ahora un agujero, nada más. A partir de ese día, creció además una fobia antiextranjero que se podía sentir. Había un escritor uruguayo que había ido a la Universidad de Nueva York a dar una charla, que se iba a ir al día siguiente y desde luego se tuvo que quedar unos cuantos días más porque los vuelos no despegaban, y el tipo, que se llama Emir Hamed, estaba muy preocupado por si pudiera haber un problema con su nombre. todos estaban muy paranoicos con lo que fuera árabe. Luego nos mandó un mail diciendo que no lo habían investigado demasiado por el nombre, pero que lo que no entendían era cómo un hombre de pelo blanco, cutis blanco y ojos azules pudiera llamarse Hamed. Porque el cliché era el árabe oscuro y maligno.

¿En todos tus años ahí, tuviste amistad con escritores norteamericanos conocidos?

No, hay poco contacto. La gente que yo conozco, más allá del mundo académico, es gente también extranjera. Estamos todos en Nueva York pero siempre como transeúntes. He conocido a gente, sí, pero no estrechamente, no para formar amistades.
En Argentina es más chico el mundo literario. En Buenos Aires la gente se conoce, pero además han tenido experiencias comunes. Han ido a la misma universidad, o han trabajado en un diario. Hay ciertos trabajos que ayudan a armar comunidad. Allí la gente viene de lugares muy dispersos, muy lejanos, muy distintos.

¿Y con los escritores argentinos que te fuiste haciendo amiga, cómo se fue dando esa amistad?

Por viajes míos acá, en principio. A Josefina Ludmer por ejemplo, o a ricardo Piglia, los conocí a través de Enrique Pezzoni. Era muy amigo mío, así que cada vez que venía a Buenos Aires me contactaba rápidamente con él, y en viajes sucesivos fui conociendo a la gente y haciéndome muy amiga de ellos. Mis amistades más fuertes están acá en Argentina. Para navegar en el mundo literario, aquí me siento cómoda. Acá la gente más o menos me ubica, saben quién soy; allá siempre hay que dar explicaciones de quién sos y al final te terminás preguntando un poco quién sos. Y eso no cambiaría aunque yo escribiera en inglés. digamos que si yo escribiera en inglés, para ellos estaría escribiendo en traducción, porque las cosas sobre las cuales escribo no necesariamente los tocan. Me he acostumbrado un poco al lugar del que no entra en ningún lado, pero literariamente donde estoy más cómoda es acá e incluso en Latinoamérica, porque he creado lazos con gente de otros países como Margo Glantz, que es una presencia decisiva para mí, o diamela Eltit. Esos lazos son un modo de estar aquí.

Bueno, cuando uno lee textos críticos o incluso solapas de tus libros, no se suele afirmar que sos parte de un grupo o una generación.

No. Lo más cerca de un grupo, pero con muchas limitaciones, fue la gente más joven de Sur. Y con eso te digo Pezzoni o Edgardo Cozarinsky. Edgardo y yo quizás somos una generación; hay ahí una afinidad de diálogos, de gustos. Éramos los hijos de Sur, y quizás los hijos que traicionamos a Sur, los matricidas.
¿En qué aspectos se da esa traición? Lo que descubrí en Sur, más allá de lecturas y un interés por la literatura, fueron ciertas personalidades que estaban un poco en conflicto con la ortodoxia que podía representar Victoria ocampo: José Bianco y silvina ocampo. Eran los raros, si querés. Yo creo que eso lo comparto con Edgardo.

¿Tu ensayo sobre Borges, “Las letras de Borges”, fue de algún modo discutir algo de esa tradición?

Sí, pero creo que fue sobre todo moverlo. Era terrible el Borges monumentalizado casi sin leerlo. Me interesaba mover esas lecturas canónicas. El libro salió creo que en el ochenta. No me interesaba el acercamiento filológico a Borges, y tampoco el trabajo de hormiga de decodificar todas las fuentes.

¿A quién leías mientras preparabas ese libro?

En ese momento leía mucho a Foucault, a Barthes.

¿Hoy, cómo ves ese libro, te parece que es de época?

Un poquito, pero creo que el ímpetu básico del texto, esa movilidad de la parálisis, sigue funcionando. La misma idea de que el texto es un hecho móvil es borgeana.

Él no lo leyó, ¿no?

No, es totalmente improbable. Nunca le dije que había escrito un libro sobre él.

Debe ser rara la sensación de escribir un libro completo sobre alguien que está vivo y podés tocarle el timbre y consultarle algo.

Cuando estaba empezando a pensar en el libro, Borges fue a Estados Unidos, a Buffalo, con Elsa Astete, su primera mujer, y me asignaron el rol de guía de Borges, porque era argentina y tenía registro. Fue bárbaro. Él quería ir a las Cataratas del Niágara y yo lo llevé. En el viaje Borges decía que era absurdo decir “poderoso” cuando uno escribe sobre el Niágara, porque es redundante. Hablaba de esa redundancia y yo paré el auto en un lugar donde se podían ver las cataratas pero también oír, pensando en Borges. Los dos se bajaron y la mujer lo primero que dijo fue: “Qué poderoso espectáculo”. Y Borges encantado, escuchando. después fuimos a un pueblito en Niágara Falls, un pueblito de mala muerte, donde había una tienda de productos varios. A la mujer le interesaba el shopping, shopping, shopping. Entonces entramos a la tienda y ella nos dice, a Borges y a mí, “Ustedes se quedan acá”, y se va para el fondo a buscar cosas. Borges empieza entonces a hablar de literatura; yo le pregunto por qué le tenía tanta rabia a Enrique Larreta2 y me dice que Larreta es totalmente anacrónico, que escribe la palabra naturaleza en una época en la que la naturaleza no existía como concepto. Yo lo escuchaba fascinada, hasta que reparo que estamos parados, con Borges ciego, al lado de una sección de ropa interior de mujer, llena de corpiños.

Después de publicar tu libro sobre Borges viene rápidamente En breve cárcel, tu primera novela, de 1981. Existía en ese momento y de hecho sigue existiendo esa especie de prejuicio que dice que o sos teórico o sos narrador, ¿no?

Existía, y yo misma lo sentía. Pero sentía también que el libro era necesario para mí, porque era un desafío. Fue provocado por ese incidente que está al principio y que fue verdad. respondí a un aviso y alquilé un departamento en París en donde yo ya había estado. La casualidad era tan brutal que lo sentí como una provocación para escribir, pero lo hice con cierto resquemor porque no sabía a lo que me estaba largando. Por las dudas, seguía con el Borges.

¿Y te largaste a escribir y encontraste el tono?

Encontré el tono, pero también que uno podía incorporar la crítica a la ficción o la ficción a la crítica. reflexionar críticamente en paralelo a ir narrando una historia. Ese es el tipo de escritura que más me gusta. Luego, en el caso de las dos novelas, fue un hecho traumático el que desencadena la narración. son dos hechos que acepto como autobiográficos: encontrar ese departamento en París y la historia de las cenizas de la madre, que me ocurrió a mí. Es tan tremendo que si no lo narrás no se qué hacés con eso. Cuando me enteré que habían desaparecido las cenizas de mi madre primero me quise morir pero luego pensé que esto lo tenía que escribir. después me enteré que las cenizas no se habían perdido del todo: mi historia tiene mejor final que la del pobre daniel, el personaje del libro, que viene a Buenos Aires a hacer algo con las cenizas de su madre.

¿Y al libro de relatos Varia imaginación cómo lo definirías, como cosas que fueron quedando?

Sí, cosas que fueron quedando del Común olvido. recuerdos que me daba cuenta que no cabían con el personaje. Porque el personaje no es tan propenso a recordar cosas de la infancia; recuerda cosas pero no las lleva muy adelante, no es un gran recordador. Es un poco torpe y no entraban recuerdos de ese tipo en su personalidad. Eso se fue desprendiendo solo, entonces, y cayó de algún modo en Varia imaginación.