Yanko González Cangas, Los más ordenaditos, Hueders, 2020.

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Los más ordenaditos

Además de la violencia contra los opositores y la instauración de un modelo neoliberal, la dictadura de Pinochet se empeñó en forjar una juventud que permitiera proyectar el “nuevo orden” por medio de organizaciones civiles que dieran pie, a medida que estos jóvenes crecieran, a partidos políticos, organizaciones empresariales, think tanks y universidades. Fue la primera vez en la historia de Chile en que se instituyeron “juventudes de Estado”, a la manera en que lo hicieran los gobiernos de Mussolini y, sobre todo, Franco. En el centro de esta operación que contiene todos los elementos de una “religión política” se encontraba Jaime Guzmán como gran ideólogo. El poeta y doctor en antropología Yanko González Cangas reconstruye esta historia con un rigor investigativo ejemplar. Aquí reproducimos “Las juventudes de Jaime”: corporativismo, nacionalismo y praxis política instrumental.

“Las juventudes de Jaime”: corporativismo, nacionalismo y praxis política instrumental

Después del primer acto de Chacarillas, en 1975, lo que los dirigentes del FJUN están ávidos de aclarar son dos “verdades a medias”. La primera, es la independencia de la organización en relación al Estado y al gobierno. Si bien el conglomerado no era oficialmente una repartición pública, en la práctica era un organismo para-estatal, incardinado “singularmente” en el Estado, pues no solo funcionaba con aportes de los socios,11 sino con el apoyo directo (logístico, financiero, de bienes y servicios, entre muchos otros) de la SNJ, de la cual la mayoría de sus directivos eran funcionarios. Varios dirigentes, de hecho, alternan el liderazgo y la militancia en uno y otro organismo, como Francisco Bartolucci, secretario general de la SNJ y miembro del Consejo General del FJUN; o una militante de base, como Bernarda Labra, quien en su Relato de Vida explica esta primera característica:

Eran las juventudes de Jaime, eso era. Él era el ideólogo. La idea era que nosotros partiéramos de la enseñanza media, tratando de darle fuerza al gremialismo y salir y ganarse el centro de alumnos (…). La SNJ, era la [organización] formal, la oficial. Y el FJUN un grupo de jóvenes (…) que tenían vínculo con el gobierno, o creían en el nacionalismo. Esos pasaban al Frente Juvenil de Unidad Nacional (…). Entonces yo hacía las dos cosas, Secretaría de la Juventud y estaba en el Frente Juvenil también.

Nacido en San Antonio en 1952, estudiante de agronomía en la Universidad de Chile desde mediados de los años 70, Ignacio Astete Álvarez fue designado por el régimen como presidente del Consejo Superior Estudiantil. En breve tiempo, se destacó en las filas gremialistas y fue elegido como sucesor de Javier Leturia en el liderazgo del FJUN, teniendo un rol destacado en el acto de Chacarillas de 1977 y en la concentración juvenil de la ciudad de La Serena, en la que hizo un llamado a formar un movimiento “pinochetista”.12 En su Relato de Vida, Ignacio Astete precisó de manera contundente el tipo de relación establecida con la SNJ:

“Usábamos el soporte, [estábamos] al alero de ellos. (…) La Secretaría de la Juventud era la que nos proveía de recursos, sino, no era posible”.

La segunda “verdad a medias” –que proviene directamente de la escenificación estética y política de Chacarillas–, dice relación con su deslinde ideológico con el fascismo. Con celeridad, sus dirigentes buscaban precisar que si bien su colectividad defendía un impulso de los cuerpos intermedios entre el hombre y el Estado, y estaba integrado por sectores nacionalistas, creían en una democracia de participación y rechazaban estructurar el poder político sobre la base de estas organizaciones intermedias, a la vez que se diferenciaban del “totalitarismo fascista”.

Como lo han estudiado múltiples investigadores –sosteniendo distintas perspectivas y matices–, más allá de la admiración “adolescente” a Franco y su gobierno referida por Guzmán, su proyecto ideológico hasta fines de la década de los 70 estuvo tensionado directamente por el corporativismo y el nacionalcatolicismo español fascistizado, del que abrevó a través de su maestro, el sacerdote y filósofo Osvaldo Lira (que había vivido en España en los años 40 y era un decidido partidario de las ideas corporativistas del régimen de Franco) y del historiador hispanista Jaime Eyzaguirre. Fundamentales en su formación fueron los escritos de José Antonio Primo de Rivera, Gonzalo Fernández de la Mora, Vásquez de Mella, Víctor Pradera, Ramiro Maetzu y Sánchez Agesta, entre otros intelectuales falangistas, hispanistas tradicionalistas y tardofranquistas. Dicha herencia se cristaliza tanto en su participación en el movimiento ultra católico Tradición, Familia y Propiedad y sus columnas en la revista FIDUCIA, como también en su militancia –octubre de 1970 a inicios de 1972– en el grupo político paramilitar y filo-fascista Movimiento Cívico Patria Libertad, posteriormente llamado Frente Nacionalista Patria y Libertad. En efecto, bajo la Unidad Popular y en el contexto de su militancia, Guzmán se integra a los sectores más fascistizados de la derecha chilena, los que portaban la herencia del corporativismo político en toda su pureza. Con él –como relata uno de los líderes de la organización más radicalizados, Roberto Thieme– “llegaron unos 200 estudiantes de la Universidad Católica que Jaime había formado con las ideas del gremialismo-corporativista de José Antonio Primo de Rivera (…). Su amiga Gisela Silva fue la encargada de comprar el uniforme del ‘Frente Juvenil’ –una de las ramas del Frente Nacionalista Patria y Libertad donde se concentró Guzmán y los estudiantes universitarios–, el que en un comienzo constó de camisas azules… para seguir la línea de José Antonio, del mismo tono de la Falange Española, acompañado del característico brazalete color blanco con el símbolo del frente, la araña de Patria y Libertad”.

Como lo demuestra Verónica Valdivia y José Díaz Nieva, Guzmán no solo participa como uno de los oradores principales en un acto de masas juvenil donde el grupo se refunda en el Frente Nacionalista Patria y Libertad en el
Estadio Nataniel, el 1 de abril de 1971, sino que era parte activa del Frente (miembro de su Consejo Político) cuando un mes y medio más tarde aparece una declaración pública del grupo donde se hace expresa la necesidad de que los partidos políticos no sean las únicas organizaciones facultadas para participar en la vida pública, planteando la preponderancia de los gremios –por sobre los partidos– en la canalización de los intereses sociales hacia el Estado. En forma posterior, y ya integrado como asesor a la junta militar, dichas posturas se traspasarán de manera aggiornada en algunos de los contenidos medulares de la “Declaración de Principios del Gobierno de Chile”,redactada, como se sabe, por el propio Guzmánbajo la influencia de la obra del ex ministro de Franco, González Fernández de la Mora, y otros intelectuales corporativistas de la España franquista. Allí se expresa que la sociedad necesitaba un modelo político no sustentado en los partidos políticos sino en la acción de los cuerpos intermedios, los que al desarrollarse autónoma y despolitizadamente limitarían la acción del Estado. Años, también, en que predicaba en toda tribuna pública su rechazo al marxismo y a la democracia liberal, apelando a una síntesis conceptual “creativa” del corporativismo franquista y sus modalidades históricas.
Aunque Guzmán se distanciará del Frente Nacionalista Patria y Libertad debido –entre otras razones– a su enfrentamiento con el liderazgo de Pablo Rodríguez Grez, la base moral y doctrinaria de su alejamiento solo quedará nítida y públicamente expresada hacia fines de 1977. Dicho año, el régimen franquista estaba en plena disolución y la Junta de Gobierno era cada vez más consciente del aislamiento político internacional que suponía apoyarse en los sectores nacionalistas más extremos. Pero sobre todo, comenzaba en Chile la implementación de una política económica al mando de tecnócratas neoliberales –con el apoyo de los grandes grupos empresariales– que detuvo el desarrollo de los sindicatos y las asociaciones profesionales, erosionando fuertemente el proyecto corporativista y estatista; proyecto que contaba, por lo demás, con un sector significativo de adeptos civiles, así como en la cúpula de las fuerzas armadas y la Junta de Gobierno. “El pensamiento de Pablo Rodríguez –espetaba Guzmán a la revista Cosas en octubre de 1977– confunde y asocia erróneamente el nacionalismo con el corporativismo. Una utopía impracticable o un sistema que solo puede ser aplicado en un esquema totalitario de signo fascista”.

En perspectiva, podemos colegir que son años en que Guzmán transita contradictoriamente desde un corporativismo católico y político de directa ascendencia franquista y falangista, donde los gremios participaban directamente de las decisiones políticas –tal como lo había celebrado y relatado de primera fuente en su visita a España en los años 60–, a un corporativismo actualizado que se había acrisolado a partir de 1967 con la consolidación del movimiento gremial en la Universidad Católica, donde su postura se aleja de la idea de estructurar el poder político sobre la base de estas organizaciones intermedias o, al menos, sustituyendo del todo el rol de los partidos políticos. Como lo muestran Moncada y Castro, resulta claro que estas contradicciones –y vaivenes– en el plano ideológico de Guzmán dicen relación con el cariz esencialmente político del abogado, cuyas discordancias teóricas las resolvió con pragmatismo, adecuando sus ideas a las circunstancias históricas y a la propia praxis política, lo que se tradujo finalmente, en una defensa inicial de los predicados corporativistas católicos y nacionalistas, hasta el apoyo tenaz de la doctrina neoliberal.

Con estos referentes, no resulta extraño el divorcio que se observa entre las declaraciones y posturas públicas de Guzmán y parte de su accionar político, que no duda en abrazar la parafernalia comunicativa histórica del fascismo con fines instrumentales, tácticos y estratégicos. Como es conocido, el mismo año 1977, cuando Guzmán está desvinculándose progresivamente de cualquier asociación de carácter nazi-fascista y corporativista nacionalista, a través del FJUN y la SNJ organiza una de las versiones más ostentosas y mediáticas del acto de masas fascistizado y fascistizante: Chacarillas. Ocupa, así, un rol protagónico como artífice del discurso de Pinochet e intenta resolver de una manera original el entrevero con sectores corporativistas radicalizados –sus antiguos compañeros de Patria y Libertad– y los grupos nacionalistas del gobierno –ligados a la mujer y a la hija mayor del General Augusto Pinochet, Lucía–, que comienzan a estar en pugna con Guzmán por controlar el proyecto ideológico del régimen, los llamados “duros”.

Estos sectores corporativistas y nacionalistas mantuvieron una importante cuota de poder y ascendiente ideológico en el régimen, particularmente en lo concerniente a las políticas culturales y educativas, donde, como demuestra Jara, difundieron masivamente sus ideas a través de la editorial estatal Gabriela Mistral y los programas de estudio en las escuelas y liceos. Pero aún más relevante y de incidencia directa, esta corriente contaba con el respaldo de algunos destacados militares, entre ellos, uno crucial en materias de políticas de juventud, el coronel Pedro Ewing Hodar, quien al mando de la Secretaría General de Gobierno tuvo a su cargo la Dirección de Organizaciones Civiles de la que dependía la SNJ y a la que le pedía “estudiar y propagar las políticas del gobierno” y ser gestora de la “formación de un espíritu nacionalista”.

El folleto de presentación del FJUN se enfoca en su mayor parte a exaltar “un nuevo estilo” y una nueva “mentalidad nacionalista”, a la vez que a exhortar a la juventud a movilizarse en defensa del régimen y al “combate” contra la agresión externa y el marxismo-leninismo “como expresión suprema del mal social en el siglo XX”. De esta forma, la orgánica funge como una estrategia de integración juvenil de los grupos nacional-corporativistas –o de cariz filofascista– en la medida que abre un espacio ideológico de inclusión y comunicación para el enrolamiento de todas las sensibilidades de la derecha joven golpista. Ello lo logra a través de una nueva narrativa nacionalista que sintetiza, dinámicamente, los predicados corporativistas más “liberales” del gremialismo, el nacional-catolicismo, el hispanismo tradicionalista y el fascismo militarista. Finalmente, la materialización de dicha estrategia pasará por aunar las características expresivas de cada una de esas vertientes ideológicas, instrumentalizando a nivel estético y ritual –como se muestra en el último capítulo– los rasgos que desde el punto de vista de su eficacia simbólica rentabilizan mejor la fidelidad militante juvenil. “Éramos nacionalistas y gremialistas. Ahí se hablaba de política, ahí se deliberaban políticamente las cosas”, enfatiza Bernarda Labra en su Relato de Vida.

En este sentido, conviene volver a reparar en el extenso memorándum inédito de Jaime Guzmán a la Junta, escrito en los primeros meses de iniciada la dictadura y, a mi parecer, insuficientemente estudiado. En este documento además de analizar y diagnosticar los movimientos juveniles en Chile, propone los fundamentos de una política
juvenil para el régimen y un programa de acción para la SNJ. Junto a ello y de especial importancia, ahí cifra también los argumentos que guiarán la creación del FJUN y los que finalmente le darán a la orgánica las características sustantivas como agente “movilizador” juvenil de masas. En dicho memorándum, Guzmán plantea directamente la tesis de cooptar de manera activa “la rebeldía juvenil”, en la medida que es una “fuerza colectiva muy grande, a veces contagiosa, y en todo caso muy difícil de contener”, transformando el apoyo juvenil “en un elemento que dé vigor espiritual al régimen y acentúe el carácter militante de la reconstrucción nacional”. Para ello, sugiere Guzmán, era necesario mantener viva en la ciudadanía una mística que superara el “temperamento escéptico del chileno”. Para esa difícil tarea, se requería un sentido espiritual que proyectara “el sacrificio colectivo hacia un destino histórico trascendente”, y para ello era irremplazable “el aporte generoso de la juventud” que se enmarcara en “un engrandecimiento patriótico e imaginativo”. Más adelante, el líder gremialista expresará: “Así como la Unidad Popular llegó a producir una identificación entre su gobierno y los trabajadores (…), resulta básico que el gobierno actual procure una identificación parecida con la juventud. (…) En esta tarea, aparte de la realidad de los hechos se requiere un inteligente apoyo propagandístico”.

Para Guzmán la SNJ era un organismo clave para canalizar las energías sociales de los jóvenes –potencialmente peligrosas–, pero como instrumento de fidelización activa no bastaba. El “tinte oficial” de la SNJ no generaría en la juventud lo que el líder gremialista buscaba: una “adhesión mística” al régimen bajo un sentido “combativo y militante”, en la medida que “la juventud necesita sentirse combatiendo”, pues “toda acción política o cívica, en el amplio sentido del término, requiere de la noción de ‘adversario’”. De ahí que, anticipándose, propone con urgencia concretar “la idea de la formación de un nuevo movimiento cívico-militar de respaldo a la Junta y de prolongación fecunda y duradera de su gestión. (…) Su necesidad y apremio resulta cada vez mayor (…) y en el caso de la juventud, si ello no plasma, los grupos organizados adversarios terminarán prevaleciendo, por atinada que sea la política juvenil del Gobierno, porque esta, en el mejor de los casos llegaría a generar una adhesión mayoritaria pero que no tendría medio de expresarse eficazmente”.

Guzmán configura así, casi en simultáneo, las dos estrategias que la dictadura implementará para disciplinar las identidades juveniles y para fidelizarlas activamente a favor del régimen, ambas estrategias –moduladas con múltiples originalidades–, tienen como fondo referencial las llamadas por el antropólogo Michel Mitterauer “juventudes de Estado”, que el abogado gremialista conoció de primera mano en sus viajes a la España de Franco a principios de la década del 60 y a través de sus contactos –y militancia– en la derecha nacionalista y corporativista hispana y chilena. De esta forma, más allá de que sus dirigentes se apresuren a aclarar que no deben confundir al FJUN con nazistas totalitarios, tanto las prácticas políticas, como las narrativas institucionales de “efebolatría” –como acertadamente las califica Muñoz–, nos alertan de una singular filiación, en principio más funcional o instrumental que ideológica, con regímenes fascistas o fascistizados europeos. Sin embargo, evaluar la dictadura de Pinochet desde la óptica del fascismo –sobremanera engarzado a políticas juveniles distintivas–, es una empresa intelectual riesgosa, que puede resultar en un mero etiquetaje vacío de sentido. Por tanto, ello nos obliga a discutir algunas basas que distinguimos como las más robustas de esta filiación y que pueden iluminar parte de estas narrativas políticas a partir de la propia evidencia empírica recabada en nuestra investigación.

Yanko González Cangas, Los más ordenaditos, Hueders, 2020.