POR Paulina Flores
Artículos

“¿Y si muriera esta noche?”: Digresiones sobre Nocturnos

“No sé qué es la poesía para mí. Es una forma de ser, de mi ser. Todo lo demás de mi vida son accidentes… La poesía no fue accidental. Mi poesía soy yo”, explicó Idea Vilariño a la periodista y escritora Elena Poniatowska, en una de las escasas tres entrevistas que dio en su vida.

“La poesía solo puede ser personal”, me dijo una vez una amiga. Esto podría entenderse como que la autora debe exponerse, que su literatura solo logrará calar en el corazón y las mentes de quienes leemos a través de una transcripción sincera de sus emociones y experiencias.

En su ensayo “Against Sincerity”, Louise Glück contradice ese supuesto advirtiendo que “la tendencia a conectar la idea de verdad con la idea de honestidad es una forma de ansiedad”.

Para ella, incluso la poesía más confesional o autobiográfica siempre está modulada por afirmaciones de poder de quien escribe. Es decir, que no se trata de reproducir las emociones tal como las sintió, sino de convertirlos en un conocimiento nuevo. Transcribir alivia, señala la poeta estadounidense, pero “El contenido secreto de los poemas, la extrema intimidad, es transformada regularmente por actos de decisión”.

Sí, “la escritora” usa sus experiencias personales como materia prima, pero es ella quien interviene durante el proceso: escoge, añade, borra o miente para descubrir algo inesperado, una idea que no esperaba encontrar antes de comenzar a escribir. Glück lo llama “la verdad” y considera que debería ser el principal objetivo de una artista. Lo verdadero es como el hambre, destruye la paz, pero su ventaja sobre la vida es que puede perdurar: “tiene un aire de misterio o inexplicabilidad. Lo verdadero, en poesía, se percibe como intuición”.

Mi impresión es que Idea Vilariño trabajaba su literatura de forma similar. Y que al decir: “Mi poesía soy yo” se refiere a que no podía enfrentar la vida de una forma que no incluyera su poética. Más que buscar consuelo o tranquilidad en su trabajo creativo, se trataba de algo inevitable.

En el artículo “Una pasión honesta”, Enzo Cárcano postula algo similar al contrastar el sujeto Vilariño de los poemas con el de sus diarios de vida: “No se trata de una transcripción lineal y transparente de la vida en la obra, sino de una relación mucho más compleja, cada vez más inteligible a medida que su escritura autobiográfica sale a la luz”.

En Nocturnos esto se advierte enseguida, no hay un sujeto o personaje definido. Pero esto no le quita singularidad, sino al contrario. Sus poemas acentúan la precisión de una vida concreta y privada. Suena a secretos compartidos y muchas veces toma la forma de una escalera que desciende, probablemente, hacia las profundidades del abismo.

También por las palabras que utiliza y que tuvieron un poder revelador en mí. Quiero decir que me mostró aspectos comunes de la realidad de una forma nueva y única. Tal vez, porque hace las palabras muy suyas. Como si antes de leer la palabra noche en Nocturnos, yo no hubiera entendido realmente lo que significaba la palabra “noche”. Y eso que pensaba que había leído a bastantes autores románticos. Vilariño se inscribe en la tradición, pero la convierte en algo tan propio, que hasta las palabras más universales como “soledad”, “vida”, “muerte” o “nadie” resultan en sus poemas cercanas y exactas. Condensadas y a la vez al descubierto. Palabras que apenas se mastican o digieren, tal vez porque fueron ellas las que hicieron el proceso digestivo conmigo como lectora. Sus palabras me desmenuzaron, me absorbieron y liberaron. Y luego, simplemente ya no hacía falta sazonar con nada más. O como expresa Vilariño, también sucintamente en el último poema del último libro que publicó en vida: “inútil decir más / nombrar alcanza”.

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Con lo anterior podría entenderse que me opongo a cualquier texto que suene a autoficción. Pero nada más lejos de mis gustos literarios.

“Cuando escribo nunca miento. Puedo mentir en la vida de todos los días, pero no cuando escribo”, señaló Vilariño en el documental Idea (1996) de Mario Jacob.

Estoy de acuerdo. Cuando se trata de la vida personal de una autora, no me importa gran cosa qué es mentira o qué es verdad. Coincido con el dramaturgo irlandés Brian Friel en que “un hecho autobiográfico puede ser pura ficción y no por ello menos confiable”. Lo que me interesa averiguar, como señaló Kant, no es si algo es ilusión, sino comprender por qué la necesitamos.

Esta es la ilusión, o hechos biográficos, que yo necesité descubrir:

Idea Vilariño. Hija de su madre (obsesionada con la literatura europea y la música) y su padre (poeta inédito y anarquista). Padres que no solo escogieron un buenísimo nombre para ella, sino que también para sus hermanos: Poema, Azul, Alma y Numen (Del lat. numen. 1. m. Deidad dotada de un poder misterioso y fascinador. 2. m. Cada uno de los dioses de la mitología clásica. 3. m. musa [inspiración del artista]).

Ambos murieron prematuramente. Igual que su hermano mayor. Ella vivió sola desde los veinte. Estudió música (un afán por la oscuridad que inmediatamente hace pensar en los nocturnos para piano de Chopin). También colaboró con el reconocido semanario Marcha hasta que sufrió la censura del poema “El amor”(“un pañuelo con sangre semen lágrimas / que se ha vuelto amarillo. / Eso es todo. / El amor”). Según cuentan, el problema fue que el texto lo firmara “una mujer sola”, es decir, sin esposo. O como ella misma escribió en “Cerrada noche humana”: “sola / vacía / en paz / de nadie”. Por supuesto, no volvió a publicar en la revista y, según cuentan, los mandó a la mierda.

Dio clases en una escuela secundaria durante treinta años, hasta el golpe de Estado de Bordaberry en 1973. Por las noches trabajaba en la traducción de obras de Shakespeare, Guillermo Enrique Hudson y Raymond Queneau. Intentaron darle el Premio Nacional de Poesía varias veces, pero solo lo aceptó en 1987, cuando consideró que el jurado era irreprochable. Otros hermosos títulos de sus libros son: La suplicante (1945), Paraíso perdido (1949), Pobre mundo (1966), No (1980). Figura clave de la llamada Generación del 45. Falleció a los 88 años. Uruguaya.

Me encantaría mentir-ficcionalizar sobre sus últimos días, ya que como muchas poetas latinoamericanas destaca principalmente por su menoscabo. Pero justamente por esa razón, me parece importante copiarlo tal cual:

Mientras la televisión y un enjambre de periodistas locales y corresponsales extranjeros y el Uruguay entero estaban pendientes de la agonía de Mario Benedetti en un hospital de Montevideo, Idea Vilariño se murió en silencio a unas cuadras de distancia.

Aunque el día de su muerte un centenar de admiradores le rindieron homenaje en el hall central de la Universidad de la República, a su entierro en el Cementerio del Norte, a la misma hora, fueron solo catorce personas

“Una mujer entera”, Juan Forn, Página12.

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Hasta el momento no he dicho nada acerca del chisme que más artículos de prensa ha generado su figura. Pero es que uno de mis objetivos principales, era no escribir el nombre de Juan Carlos Onetti en el prólogo. No quería que un “élapareciera en escena, solo quería de protagonista a ella: Idea. “Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré”, declaró sobre la apasionada y tumultuosa relación (por no decir tóxica, en un prólogo sobre Puig ya hice mi defensa de lo tóxico) que tuvieron. Citando sus propias palabras: “Había un hombre que llegaba a mi casa sin aviso, a cualquier hora, cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. Ya no sabíamos si era de día o de noche o si era sábado. Nos transformábamos en enemigos, en parientes, en desconocidos”.

Onetti le reprochaba a Idea que “no lo amaba de verdad, que solo lo utilizaba para escribir esos poemas tremendos”. Me parece una opinión condescendiente y me alegró saber que ella le dedicó un libro y luego, en la reedición, eliminó su nombre.

Supongo que, en realidad, se debe a que cuando me hicieron leer El pozo en la universidad no me gustó. O sea, que en el fondo, mi problema no es con el “él” que le quita protagonismo al “ella” en los artículos culturales, sino que no me gusta ese “él” en particular. Encuentro que, en este caso, tienes mal gusto, Idea. Aunque claro, dado mi historial romántico, no soy quién para acusarte.

O tal vez, es que envidio una historia como esa, una historia de amor entre dos escritores. Alguien con quien leer, antes o después de culiar. Pero soy inevitablemente convencional: me gustan los músicos. Los músicos en general y las programadoras en demos para innovación tecnológica, en particular.

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“Desgarro”, Idea ha sido identificada como la poeta del desgarro. El dolor en los poemas de Nocturnos es una constante. A eso se suma la intensidad. Su poesía es intensa en el amor y en el dolor. Ambas palabras evocan inevitablemente a la muerte. Idea es una de las poetas que habla de la muerte. Ojalá morir de amor. En soledad y de noche.

Más allá del sentido romántico, la muerte en Nocturnos se asienta, creo, como una necesidad práctica para la vida, es decir, que la muerte puede ser útil.

En el libro Ayudar a morir, la doctora Iona Heath plantea cómo hemos perdido el valor de la muerte debido a que la sociedad contemporánea la niega y la considera únicamente como una desgracia, cuando también puede, o debería considerarse más a menudo, como una oportunidad. “Cuanta menos conciencia tenemos de la muerte, menos vivimos”, explica.

“Andar diciendo muerte”. El hecho de que Idea Vilariño insista en este destino inevitable también podría entenderse como un recordatorio de la vida y del presente. Quizás, a través de Nocturnos busca evitarnos una vida diluida, carente de intensidad. O como también dice Sven Lindqvist: “La tarea de la muerte es obligar al hombre a abordar las cosas esenciales”.

En el poema “Si muriera esta noche” se expresa una de las mayores utilidades de la muerte: poner fin al sufrimiento. Fantasear con el suicidio es una cosa, pero entenderlo como enfermedad mental evitable es otra. Al respecto, Primo Levi, quien se quitó la vida en 1981, señala en Esto es un hombre lo siguiente:

Todo el mundo descubre tarde o temprano, que la felicidad perfecta no es posible, pero pocos hay que se detengan en la consideración opuesta de que lo mismo ocurre con la infelicidad perfecta. Los momentos que se oponen a la realización de uno y otro estado límite son de la misma naturaleza: se derivan de nuestra condición humana, que es enemiga de cualquier finitud. Se oponen a ello nuestro eternamente insuficiente conocimiento del futuro; y ello se llama, en un caso, esperanza y en el otro, incertidumbre del mañana. Se opone a ello la seguridad de la muerte, que pone límite a cualquier gozo, pero también a cualquier dolor. Se oponen a ello las inevitables preocupaciones materiales que, así como emponzoñan cualquier felicidad duradera, de la misma manera apartan nuestra atención continuamente de la desgracia que nos oprime y convierten en fragmentaria, y por lo mismo en soportable, su conciencia.

No pretendo abordar el suicidio como una posibilidad concreta, sino más bien como un mecanismo alegórico. En ese sentido, los poemas de Nocturnos coinciden con la idea de Levi porque tampoco aparecen muchas menciones a objetos o preocupaciones materiales. Apenas un par de “camas” y “puertas”, “cartas” y “ventanas” que nos distraigan o fragmenten la experiencia del dolor.

El dolor se experimenta como un absoluto que se hace propio: “Mi desdén / mi crueldad y mi congoja / mi abandono / mi llanto / mi agonía / mi herencia irrenunciable y dolorosa / mi sufrimiento”.

Porque el dolor no solo puede ser entendido a partir de la “destrucción”, sino que también puede funcionar como la confirmación de que algo aún no está completamente sedado, muerto. Si duele, entonces sabemos que todavía sentimos. Como señala uno de los pacientes citados en el libro de la doctora Heath, la pregunta que se debería hacer a los enfermos moribundos no es: “¿Sientes dolor?”, sino a la inversa.

Y esa, creo, es la pregunta que se hizo Idea cada noche y que paradójicamente la animó a levantarse por las mañanas. La misma pregunta que hace a sus lectoras y lectores; con la que nos remece para que nos demos cuenta de que seguimos con vida, con la fortuna de sostener su libro Nocturnos, como ocurre en este preciso instante, entre tus manos:

¿No sientes dolor?